El 21 de junio, nuestra Iglesia recuerda a San Luis Gonzaga, Santo
Religioso Jesuita. Año 1591, Italia.
Nació el 9 de marzo, de 1568, Fue el hijo mayor de los príncipes de Castiglione, Ferrante de Gonzaga y Marta Tana. La pareja tuvo 6 hijos más. La madre lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba que fuese soldado como el.
Desde pequeño aprendió las artes militares. En cierta ocasión acompañó a su padre al entrenamiento de los soldados, ahi entendió la importancia de ser valiente y el sacrificio por los ideales, pero también adquirió un vocabulario muy rudo, palabras que repetía constantemente cuando regresó al Castillo. Su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino blasfemo. Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido de modo que jamás volvió a repetirlo.
A los siete años experimentó un despertar espiritual. Recitaba a diario sus oraciones y el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas. A los nueve años, en Florencia, hizo voto de virginidad a la Virgen María.
En 1577 su padre lo llevó con su hermano Rodolfo a Florencia, Italia, dejándolos al cargo de varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Luis hacia progresos en estas ciencias, pero también en su camino a la Santidad. El obispo San Carlos Borromeo, al visitar su diócesis, se encontró con Luis, maravillándose de que en medio de la corte en que vivía, mostrase tanta sabiduría e inocencia, y le dio él mismo la primera comunión.
Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró mezclado con aquellos que, formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el veneno y la lujuria en su peor especie. Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado de aquellos ejemplos funestos fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad
Su padre los trasladó con su madre a la corte del duque de Mántua, quien acababa de nombrar a Ferrante gobernador de Montserrat. Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces le sirvió de pretexto para dedicar todo su tiempo a la plegaria y la lectura de la colección de "Vidas de los Santos". Pasó la enfermedad, pero su salud quedó quebrantada por trastornos digestivos durante el resto de su vida.
Un libro que leyo sobre las cartas de Indias de los Jesuitas lo motivo a ingresar a la Compañía de Jesús. En el verano enseñó Catecismo a los niños pobres. Empezó a hacer severas penitencias, ayunando, mortificándose y en la casa donde pasaba el invierno, no permitía se prendiera fuego para calentar el lugar, se levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas en las losas.
En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, el príncipe de Asturias. A pesar de sus obligaciones como paje, nunca disminuyeron ni su devoción ni sus prácticas en las devociones.
El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó claramente una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús.» Comunico esta decisión a su madre quien los aprobó en seguida, pero su padre monto en colera al grado de querer mandarlo azotar. Finalmente acepta de mala gana. Regresan a Italia en Julio de 1584. Su padre hizo muchos intentos por persuadirlo, pero no lo logro. El 25 de Noviembre de 1585, ingresó al noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant'Andrea. Sus maestros habían de vigilarlo estrechamente para impedir que se excediera en las mortificaciones. Su padre murió a las pocas semanas de que Luis entró al noviciado, pero ya su corazón había estado dispuesto a la conversión.
Al quedar bajo las reglas de la disciplina, Luis estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello. Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un cubículo estrecho y oscuro debajo de la escalera con solo un tragaluz en el techo, sin otros muebles que una cama, una silla y un estante para los libros. Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para dominar la alegría desbordante que le embargaba.
En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales. Luis iba de puerta en puerta mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto, después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno, limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión. Luis contrajo la enfermedad. Pensó que iba a morir y recibió el viático y la unción. Contrario a toda predicción, se recuperó, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad. Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre. En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama. En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho por la noche para orar y meditar con sus imágenes, las cuales besaba con devoción. Con mucha humildad, pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia.
En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un éxtasis que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el "Te Deum" como acción de gracias. Al octavo día parecía estar tan mejorado, Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al caer la tarde, se diagnosticó que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: "En Tus manos, Señor. . ." Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591 al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses.
Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la Iglesia de San Ignacio, en Roma. Fue canonizado en 1726. El Papa Benedicto XIII lo nombró protector de estudiantes jóvenes. El Papa Pio XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana.
Señor y Padre Nuestro, danos siquiera un poco del amor que San Luis tenía por las cosas del cielo, que no dejemos de aspirar el estar en tu presencia en el día final. Por Jesucristo Nuestro Señor San Luis Gonzaga, ruega por nosotros. Amén.
Bendiciones
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