El 21 de Abril nuestra Iglesia recuerda a San Anselmo
de Canterbury, monje benedictino, teólogo, filosofo escolástico, obispo y
doctor de la Iglesia. Año 1033- 1109, Italia.
Conocido también
como Anselmo de Aosta, por el lugar donde nació, en Italia o Anselmo de Bec, por
el monasterio donde llegó a ser prior en Normardía, Francia. Conocemos su vida en parte, gracias al trabajo
de Eadmero (Edmer), un discípulo directo de Anselmo
Nace en Aosta, en
1033, heredero de un linaje noble del Piamonte. Era hijo de Gondulfo, noble
lombardo, y Ermenbirga, pariente de Otón I de Saboya. Desde muy pequeño
mostrara inquietudes religiosas que se debería en gran parte al trato continuo
con su madre, quien le habría acercado a sus valores y prácticas religiosas.
Anselmo deseaba el ingreso al monacato benedictino desde los quince años, época
en la que se le describe como piadoso y estudioso. Su padre Gandulfo se opuso, lo
cual provoca el abandono de la casa paterna.
Después de algunos
estudios preliminares sobre retórica y latín realizados en las ciudades de
Borgoña y Avranches y finalmente se fue a Bec, a la Orden Benedictina en cuya
famosa abadía enseñaba el maestro de teología, el monje Lanfranco, de quien fue sucesor como abad.
La carrera de Anselmo ganó fama
de manera vertiginosa, pues en 1063 sucede a Lanfranco en el priorato de Bec, en
Normandía, al ser este elegido abad. Esta será la tónica de toda su vida ya
que, posteriormente le sucede como abad en 1078 y finalmente como arzobispo de
Canterbury en el año 1093, donde finalmente muere en 1109.
Pero regresando a su
vida, Anselmo se dedicó
de lleno al estudio, Se convirtió en un eminente profesor, elocuente predicador
y gran reformador de la vida monástica. Sobre todo, llegó a ser un gran
teólogo. Inaugura en filosofía lo que se llamará la escolástica, periodo
que fructificará en las Summae y en hombres como San Buenaventura, Santo Tomás
de Aquino y del beato Juan Duns Scoto.
Su formación
agustiniana, común en el Medioevo, le acercará a su intuición filosófica más
característica: la búsqueda del entendimiento racional de aquello que, por la
fe, ha sido revelado. Esta actitud del "creyente que pregunta a la
razón" provoca que en varios de sus textos las preguntas fundamentales
queden sin respuestas. La fe ya será la encargada de dárselas. Cabe aclarar que
no era el momento histórico-cultural para hacer distinción entre los campos de
la teología y de la filosofía
Su austeridad
ascética le suscitó fuertes oposiciones, pero su amabilidad terminaba ganándose
el amor y la estima hasta de los menos entusiastas. Era un genio metafísico
que, con corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios
cristianos, oraba diciendo: "Haz, te lo ruego, Señor, que yo sienta con el
corazón lo que toco con la inteligencia".
Sus dos obras más
conocidas son el Monologio, o modo
de meditar sobre las razones de la fe, y el Proslogio, o la fe que busca la inteligencia. Es necesario, decía
él, impregnar cada vez más nuestra fe de inteligencia, en espera de la visión
beatífica. Sus obras filosóficas, como sus meditaciones sobre la Redención,
provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia. En esto, el padre
de la Escolástica se asemejaba mucho a San Agustín.
Fue elevado a la
dignidad de arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el
humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo
y Enrique I. La Iglesia vive el momento más cruento del conflicto de las
investiduras y él debe defender desde la cátedra arzobispal el derecho que ella
"tiene a la libertad" e impedir tendencias cismáticas que amenazaban
a su grey. Esto se convirtió en abierta lucha más tarde, a tal punto que sufrió
dos destierros. Tuvo que ir a Roma no sólo para pedir que se reconocieran
sus derechos, sino también para pedir que se mitigaran las sanciones decretadas
contra sus adversarios, alejando así el peligro de un cisma. Es aquí donde demuestra
también sus dotes de político apologeta.
Murió en
Canterbury el 21 de abril de 1109. En
1720 el Papa Clemente XI lo declaró doctor de la Iglesia.
Para la Reflexión:
¿Qué podemos
aprender de la vida de San Anselmo?
Oh, Dios, que como san Anselmo nuestra oración del día
sea: "Haz, te lo ruego Señor, que yo sienta con el corazón lo que toco con
la inteligencia”. Que no solo sintamos necesidad de conocimiento, sino que ese
saber nos acerque a aquello que no podemos tocar con la vista, más con el alma.
Por Jesucristo nuestro Señor, San Anselmo de Canterbury, ruega por nosotros. Amén.
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