El 6 de Agosto, nuestra Iglesia celebra la fiesta de La Transfiguración
del Señor. Anticipo de la gloria de la Resurrección.
La iglesia celebra los acontecimientos en la vida de Nuestro Señor, estos nos guían para conocer el impacto de su presencia entre nosotros y su consecuencia en relación con el Padre. Así, la Iglesia celebra su nacimiento, bautismo, pasión, muerte, resurrección, ascensión, etc. El día de hoy conoceremos un poco más sobre la fiesta de la transfiguración.
La fiesta se venía celebrando desde muy antiguo en las iglesias de Oriente y Occidente, pero el papa Calixto III en 1457 la extendió a toda la cristiandad para conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron en Belgrado sobre Mahomet II, orgulloso conquistador de Constantinopla y enemigo del cristianismo, y cuya noticia llegó a Roma el 6 de agosto.
Esta fiesta recuerda la escena en que Jesús, en la cima del monte Tabor, se apareció vestido de gloria, hablando con Moisés y Elías ante sus tres discípulos preferidos, Pedro, Juan y Santiago. Dos cosas definen el momento: la conversación entre Jesús con Moisés y Elías, y la voz de Dios que irrumpe desde una nube diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Lc. 9, Mc. 9, Mt. 17).
En el Catecismo de la Iglesia Católica (555), en referencia al pasaje bíblico, se menciona que “por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para ‘entrar en su gloria’ (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; (Monte Sinai <<Horeb>> ) la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre”. Asimismo, recuerda las palabras de Santo Tomás de Aquino, quien afirmó que en este acontecimiento “apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa”.
Según el relato evangélico, la Transfiguración ocurrió en un monte alto y apartado llamado Tabor (En Israel) que en hebreo significa “el abrazo de Dios”. San Jerónimo comentaba este episodio de la vida de Jesús con mucho fervor y añadía incluso palabras en la boca de Dios Padre para explicar la predilección de Jesús. “Este es mi Hijo, no Moisés ni Elías. Éstos son mis siervos; aquel, mi Hijo. Éste es mi Hijo: de mi misma naturaleza, de mi misma sustancia, que en Mí permanece y es todo lo que Yo soy. También aquellos otros me son ciertamente amados, pero Éste es mi amadísimo. Por eso escuchadlo. Él es el Señor, estos otros, los consiervos. Moisés y Elías hablan de Cristo. Son consiervos vuestros. No honréis a los siervos del mismo modo que al Señor: prestad oídos sólo al Hijo de Dios” decía el Santo.
Cuando la Transfiguración acabó, Pedro, quien había dicho “Señor, ¡qué bien se está aquí!”, desciende sin comprender lo que ha pasado. Por ello San Agustín, en un sermón, se dirigirá al Primer Pontífice con palabras de reflexión, que en realidad se convierten en una interpelación para cada cristiano del mundo de hoy: “Desciende (tú, Pedro) para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?”
Llegará el día sin final, en el que diremos “¡qué bien se está aquí!” y permaneceremos en presencia del Transfigurado para siempre, en toda su gloria y esplendor.
Es posible decir que hoy, muchísima gente experimenta una sensación de declive en la vida social o en la cultura. Incluso, algunos han caído en la desesperanza o el agotamiento espiritual. Frente a estos fenómenos, Cristo aparece hoy, más ‘blanco’ que nunca, radiante, lleno de Luz.
En Él renace nuestra confianza en que lo mejor siempre está por venir, y que aquello que está mal, siempre podrá ser transformado. No caigamos en la tentación del desaliento, la vieja estrategia para olvidar las maravillas del amor de Dios, aun en las circunstancias más difíciles.
Para la reflexión:
¿En dónde se encuentra tu monte Tabor a donde puedes ver a Cristo en todo su esplendor?
Señor y Padre nuestro, tú que nos nutres de lo sabroso de tu casa y nos das a beber del torrente de tus delicias, haz que los jóvenes y niños sepan contemplar en la gloria de tu Hijo transfigurado nuestra futura condición gloriosa. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Bendiciones
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