El 1 de febrero, nuestra
Iglesia celebra a Santa Brígida de Kildare, Santa Abadesa. Patrona de Irlanda junto con los santos
Patricio y Columbano. Año 525, Irlanda.
Parece una contradicción, pero a pesar de su gran fama que la hace pasar por la santa más conocida de Irlanda y de estar unidos a su figura gran cantidad de elementos festivos y folclóricos se conocen muy pocos hechos históricos sobre su vida.
El escritor Cogitosus (620-680) fue su primer biógrafo, pero poco escribe acerca de la vida terrena de la santa; su escrito se pierde en descripciones sociales y religiosas en torno al monasterio de Kildare fundado por Brígida. También existen himnos y poemas irlandeses de los siglos VII y VIII que en sí mismos testimonian el culto que se tributaba a la santa irlandesa. Un poco más adelante, el obispo de Fiésole, Donatus, a mitad del siglo IX, escribe su vida en verso y este debió ser el vehículo de la rápida difusión de su culto por Europa. Pero de esta carencia de datos que impiden el diseño de un perfil hagiográfico completo; la religiosidad popular y el calor de las gentes por su santa ha suplido con creces la grandeza de su vida fiel al Evangelio y entregada a su vocación religiosa.
Se cuenta que Brígida pertenecia a una tribu inferior en su tiempo, concretamente la de Forthairt, es el fruto de la unión clandestine de su padre Duptaco con una bellísima esclava, con todos los problemas que esto produce en el entorno familiar legítimo, desde el disgusto de la esposa hasta la proposición de su venta. Claro que de esto se sacará la noble lección de que Dios puede tener planes insospechados para los hijos ilegitimos inculpados, que pueden llegar a las cimas más altas de la santidad y dejar tras de sí una estela de bien para la gente.
Brigida hereda la extrema hermosura de su madre, para no ser ocasión de pecado y ser pedida en matrimonio, pide a Dios que la haga fea. ¿Para qué quiere la hermosura quien sólo piensa en Dios? Ha decidido entrar en la religión. Derrama lágrimas abundantes y son escuchados sus ruegos con un reventón del ojo; por este favor da gracias a Dios que luego le devuelve todo su esplendor. La lección está clara: quien posee al Amor de Dios desprecia lo que a tantas vuelve locas y vanas para alcanzar un amor.
También los pobres están presentes en este relato; no podría concebirse santidad sin caridad. Y ahora es una vaca su cómplice; nunca se le secaron las ubres una y otra vez ordeñadas por Brígida cuando había que remediar a un menesteroso. La vaca ha quedado presente como emblema en las representaciones pictóricas de los artistas junto a la imagen de la santa.
Son inagotables los relatos de sus bondades, se habla de leprosos curados y de monjas tibias descubiertas; una muda de nombre Doria comienza a hablar y termina sus días como religiosa en el convento; frustra asesinatos; da vista a ciegos y como expresión del estilo de un pueblo ¡convierte el agua de su baño en cerveza para apagar la sed!
Los himnos, versos, poemas y canciones populares -con sencillez y regocijo- muestran el calor de un pueblo por su santa y dice con sus leyes lo que la crítica histórica ni puede ni debe decir.
Señor y Padre Nuestro, te pedimos que como santa Brígida de Kildare aprendamos a despreciar las cosas tales como la vanidad y las riquezas para poder servirte con un corazón generoso e indiviso y alcanzar, como ella, el premio de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor, Santa Brigida de Kildare, ruega por nosotros. Amén.
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