jueves, 30 de enero de 2025

Enero 30, San Fulgencio de Ruspe


El 30 de enero nuestra Iglesia recuerda a San Fulgencio de Ruspe Obispo de Túnez. (468-533), África.


Nació alrededor del año 468 en el seno de una familia noble de Cartago bajo el nombre de Fabio Claudio Gordiano Fulgencio.

 Su abuelo era un conocido senador romano. Su padre murió cuando Fulgencio era todavía bastante joven. Su madre, Mariana, le enseñó a hablar griego y latín, idiomas que aprendió a hablar perfectamente casi como si fuera nativo. Gracias a su nivel cultural, rápidamente se ganó una buena reputación, fue nombrado procurador de los impuestos de la provincia donde vivía.

 Alarmado ante los peligros de pecar que hay en el mundo, y desilusionado de lo que lo material promete y no cumple, renunció al cargo debido a su vocación monástica y conmovió profundamente el leer un sermón que San Agustín hizo acerca del bellísimo Salmo 36 que dice: "No envidies a los que se dedican a obrar mal, porque ellos se secarán pronto como la hierba. Dedícate a hacer el bien y a confiar en el Señor y Él te dará lo que pide tu corazón". Desde entonces se dedicó a leer libros espirituales, a orar, visitar templos y a mortificarse en el comer y en el beber.

 Unerico, rey arriano, había expulsado de sus diócesis a la mayoría de los obispos ortodoxos. Uno de ellos, llamado Fausto, había fundado un monasterio en la Bizacena. Con 22 años, se dirigió Fulgencio ahí en busca de consejo puesto que quería ser monje. Fausto al ver su condición de hombre de negocios trató de desalentarlo al hacerle ver a Fulgencio las penurias que pasaría al dejar su vida cómoda por la vida de penitencia, donde tendría que pasar duras pruebas. Fulgencio le dijo: ¿El buen Dios que me ha iluminado que me conviene hacerme religioso, no me concederá la fuerza y el valor para soportar las penitencias de los religiosos? y con esas palabras tan convincentes, Fausto lo acepto en el monasterio.

 A comienzos del siglo VI, Ruspe, pequeña ciudad de la provincia romana bizantina había quedado sin obispo, como otras ciudades africanas, porque el rey visigodo Trasimundo, celoso arriano, había prohibido la elección de nuevos obispos católicos. Pero, al fin, los obispos de la región bizantina resolvieron no acatar la injusta disposición. Entre los candidatos estaba también Fulgencio que recién había sido ordenado sacerdote.

 Era demasiado. Fulgencio se escondió en un lugar apartado hasta que supo que todos los nuevos obispos habían sido ya consagrados. Cuando reapareció, quedaba todavía una sede vacante, la de la pequeña ciudad de Ruspe, y los obispos se apresuraron a consagrar al obstinado monje en el momento preciso para que fuera enviado al destierro a Cerdeña por el furiosísimo rey Trasimundo, que desterró junto con Fulgencio a otros 59 obispos católicos.

 En Cagliari, Fulgencio pudo desarrollar una intensa actividad religiosa. El mismo Trasimundo, que se las daba de teólogo, le escribió proponiéndole algunas difíciles cuestiones y ofreciendo así a Fulgencio la ocasión para escribir algunos tratados teológicos que llegarían a ser muy famosos.

 A la muerte del rey hereje Trasimundo, su sucesor, Hilderico, permitió que todos los católicos desterrados volvieran a su país.

Durante nueve años Fulgencio gobernó su pequeña diócesis de Ruspe según el estilo monástico. Vestía pobremente y se sacrificaba como un humilde monje. Jamás comía carne. Si alguna vez tomaba vino lo mezclaba con agua. Rezaba cada día más de 12 Salmos. Muchas veces viajaba descalzo, las gentes admiraban su amabilidad y gran humildad. Era querido y estimado por todos.

 Invitaba a muchos jóvenes a irse de monjes, cerca de la casa episcopal había fundado un monasterio donde él mismo vivía pobremente, dedicando gran parte de su tiempo a la oración coral y a la composición de obras doctrinales y pastorales. Padre y pastor de su rebaño, daba a los pobres todo lo que recibía.

 Los últimos años sufría mucho por varias enfermedades. Murió a los 66 años en enero del año 533. Se había propuesto imitar en todo lo posible a San Agustín y lo consiguió admirablemente. Tanta era la estimación que la gente sentía por él que no le permitieron que fuera enterrado en otro sitio sino debajo del altar mayor en la Catedral. Aún hoy día, en los libros de oraciones de los sacerdotes hay varios sermones de San Fulgencio de Ruspe, gran sabio y gran santo.

 

Para la reflexión.

 ¿Podríamos hoy en día abandonar las comodidades y estabilidad que nos ofrece el mundo para buscar la vida espiritual?

 Gracias Oh Dios, por darnos a la Iglesia tantos y Buenos hombres y mujeres, ejemplos de Santidad para nosotros. Permítenos que guiados por tu espíritu, podamos imitar sus virtudes para poder gozar contigo en la eternidad del Reino. Por Jesucristo Nuestro Señor San Fulgencio de Ruspe, ruega por nosotros. Amén.




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