martes, 10 de junio de 2025

Junio 10, Beata Ana María Taigi


El 10 de junio nuestra Iglesia recuerda a la Beata Ana María Taigi. Patrona de las madres de familia. Terciaria de la Orden Trinitaria. Año 1769-1837, Italia.

 Nació el 29 de mayo de 1769, en Siena. Fue bautizada con el nombre de Anna-Maria Gesualda Antonia. Recibió sus primeras enseñanzas cristianas de su madre María Santa Masi. Su padre Luigi Giannetti heredó una botica, pero por vicios y mal manejo lo perdió todo y quedó en la más absoluta pobreza. A los 6 años Ana y su familia se fueron a vivir a Roma. La pusieron unos meses en la escuela, pero llegó una epidemia de viruela y la escuela fue cerrada. Ella aprendió a leer un poco, pero no aprendió a escribir más que su firma a garabatos.

 Ana entonces se encontró en la necesidad de trabajar para poder ayudar con los gastos familiares, tomó un trabajo en un pequeño taller, donde cardaba seda y cosía y así ayudaba a conseguir la alimentación para su familia. Sus padres, en vez de conformarse con su suerte, eran cada día más irascibles y la trataban con extrema dureza, ella tenía siempre la sonrisa en los labios, tratando de alegrar un poco la amargada vida de su hogar.

 En 1787, abandonó su trabajo en el taller para trabajar como empleada doméstica en el Palacio Maccarani, donde trabajaba su padre. La señora doña Maria Serra Marini, satisfecha con la nueva empleada, también le ofreció trabajo a su madre y así la familia tuvo ya una habitación fija y la alimentación segura. Ana María era una excelente trabajadora y todos en la casa quedaron muy contentos del modo tan exacto como cumplía sus labores. La Señora María Serra le regalaba vestidos que ya no usaba y Ana aceptaba con gusto.

 Cuando tenía 20 años, conoció a Domenico Taigi, un servidor del cercano Palacio del Príncipe Chigi. Se enamoraron y se casaron. Se instalaron en un pequeño apartamento en el ala de servicio del Palacio Chigi. Domenico estaba orgulloso de su hermosa esposa, que se adornaba con elegancia, haciéndola admirar por todos en bailes, teatros de marionetas y paseos. El era tosco, malgeniado, y duro de carácter, pero buen trabajador, y ella lo irá transformando poco a poco en un buen cristiano. En su matrimonio tuvieron siete hijos.

Hasta entonces, nada insinuaba la llamada especial a la que la había predestinado la Providencia. Pero entonces, sin explicación aparente, la angustia y la inquietud comenzaron a apoderarse del corazón de la joven madre, mostrándole el vacío de la vida que llevaba. Un domingo, paseando con su marido por la columnata de Bernini, en la plaza de San Pedro, se encontró con un religioso Siervo de María, el padre Ángelo Verardi, al que nunca había visto. Los dos se miraron y el sacerdote escuchó una voz sobrenatural que le advertía: “Presta atención a esta mujer, un día te será encomendada y trabajarás por su conversión. Ella se santificará, porque yo la elegí para ser santa”. Ana notó esa mirada mirándola profundamente, pero no lo entendió. Pero desde entonces empezó a perder el gusto por las cosas del mundo.

 Trató de calmar su ansiedad hablando con su confesor, pero él se limitó al consejo habitual de las mujeres casadas: sé fiel y obediente a tu marido. Estuvo en varios templos, pero ningún sacerdote quería comprometerse a darle dirección espiritual. Además, era una simple sirvienta analfabeta y llena de hijos. Pocas esperanzas podía dar una mujer de tal clase. Finalmente, decidió visitar la Iglesia de San Marcelo, donde se había casado, y encontró un sacerdote en el confesionario. ¡Era el padre Ángelo Verardi! el cual al verla llegar le dijo: "Por fin ha venido buena mujer. La estaba aguardando, Dios la quiere guiar hacia la santidad, no desatienda esta llamada" Y le contó las palabras que había escuchado el día que la vio por primera vez en la Basílica de San Pedro.

 A partir de entonces, renunció a todas las vanidades del mundo y ya no participó en las diversiones fútiles, encontrando el mayor consuelo en la comunicación con Dios, buscándolo en la oración y en la contemplación. Pero, por consejo de su director espiritual deja de hacer ciertas penitencias que le hacían daño para la salud y se dedica a cumplir aquel viejo lema: "La mejor penitencia es la paciencia".

 En pleno verano bajo el calor más ardiente, hace el sacrificio de no tomar bebidas refrescantes. Como madre afectuosa, velaba por la educación de los pequeños convirtiendo la casa en un verdadero santuario. El orden reinaba en cada rincón. En las paredes, símbolos religiosos dispuestos con gusto y piedad. Madrugaba para tener todo listo para sus hijitos que van a estudiar. Sufre con admirable paciencia las burlas de muchas personas que la tildan de "beata" y "besaladrillos".

 En honor de María Santísima se mantenía encendida permanentemente una lámpara y nunca se secaba la fuente de agua bendita, que se reponía todos los días para ahuyentar a los demonios. La rutina del hogar seguía una disciplina casi monástica, con momentos de oración, comida, conversación y ocio, siempre en la armonía y paz propias de una familia católica. Nunca discutió con su marido, logrando mediar en las dificultades entre todos, y nunca dejó de corregir a los niños, velando por su inocencia y la salvación de sus almas.

 Con el consentimiento de Doménico, después de su conversión, había decidido ingresar en la Tercera Orden Trinitaria, considerando una gloria llevar su escapulario blanco con la cruz azul y roja como insignia. Sin embargo, tuvo que esperar varios años para recibir el santo hábito trinitario, lo que recién sucedió en 1808. Entonces ella escuchó una voz muy especial que le hablaba encomendándole una misión, era la voz de nuestro Señor.

 Y sucede entonces algo muy especial. Ana María empieza a ver el futuro en medio de un globo de fuego que se le aparece. Y a su casa llegan a consultarle personas de todas las clases sociales. Cardenales, sacerdotes, obreros y gente de las más diversas profesiones. A unos anuncia lo que les va a suceder y a otros lo que ya les sucedió. Y a todos da admirables consejos, ella, que ni siquiera sabe firmar.

 Domingo Taigi dejó escrito: "Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente desconocida que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía, dejaba a cualquiera, aunque fuera un monseñor o una gran señora y se iba a atenderme, y a servirme la comida, y a ayudarme con ese inmenso cariño de esposa que siempre tuvo para conmigo. Para mí y para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia. Ella mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de muy diversos temperamentos”

 Para llevarla a la santidad, Dios le permitió fuertes sufrimientos, que ella ofrecía siempre por la conversión de los pecadores. Por meses y años tuvo que sufrir una gran sequedad espiritual y angustias interiores. Antes de morir padeció siete meses de dolorosa agonía. Y, a pesar de todo, su eterna sonrisa no desaparecía de sus labios. Sufrió la pena de ver morir a 4 de sus siete hijos.

 Murió en la madrugada del viernes 9 de junio de 1837 a la edad de 68 años. Había recibido el Santo viático, la última absolución y la extremaunción un día antes.

 Fue beatificada el 30 de mayo de 1920 por Benedicto XV. Su cuerpo permanece incorrupto en la Iglesia de San Crisógono, de los trinitarios de Roma.

 Señor y Padre Nuestro Concédenos, un conocimiento profundo y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes a los que diste a la Beata Ana María Taigi, para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad, a ejemplo suyo también nosotros te agrademos con nuestra fe y con nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, Beata Ana María Taigi, ruega por nosotros. Amén



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