martes, 13 de mayo de 2025

Mayo 13, Virgen de Fátima


13 de Mayo nuestra Iglesia recuerda la primera aparición de la Virgen de Fátima. Año 1917, Portugal.

La Virgen de Fátima, también llamada Nuestra Señora de Fátima, o nuestra Señora del Rosario, es una advocación Mariana. La misma, se originó en una serie de seis apariciones que tres niños pastores, Lucía dos Santos, Jacinta y Francisco Marto afirmaron haber tenido en Fátima del 13 de Mayo al 13 de octubre de 1917, las que confirieron fama mundial a esta advocación.

 Los tres niños videntes eran los miembros más pequeños de las familias dos Santos y Marto, y estaban encargados de atender el rebaño de ovejas de las familias. En la primavera del año anterior a las apariciones de la Virgen, un ángel se les había apareció. Los jóvenes pastores habían llevado a sus rebaños a un lugar llamado Cabeco. Aquel día había llovido más temprano y el cielo se había aclarado. Después de comer, los niños rezaron juntos el rosario, provenían de familias devotas que alentaban esta práctica. Lo rezaron en su forma corta para tener tiempo de ir a jugar.

 Apenas habían comenzado a jugar, cuando un fuerte viento sacudió las copas de los árboles. Lucía describiría tiempo después en sus memorias lo que vieron aquel día: “Un joven de unos 14 o 15 años, más blanco que la nieve, translúcido como el cristal atravesado por los rayos del sol, y de una belleza increíble.” ¡Los niños estaban asombrados! El Ángel les habló: “No teman. Soy el Ángel de la paz. Oren conmigo.”

Y arrodillado, se inclinó hasta el suelo. Empujados por una fuerza sobrenatural lo imitamos y repetimos las palabras que le escuchamos pronunciar:

“¡mi Dios! Creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Os aman”. “Orad así.  Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Y luego, desapareció».

 El Ángel de la Paz, se aparece a los pastorcitos de Fátima por tres veces a los partorcitos invitándolos a orar y a hacer penitencias por los pecadores. Durante la tercera aparición el Ángel dio la comunión a Lucía con una Hostia de la cual caían gotas de Sangre, que fueron luego recogidas en el cáliz. Francisco y Jacinta, porque no habían hecho todavía la primera comunión, recibieron el contenido del cáliz en preparación para las futuras apariciones de la Virgen y elevarlos con la Comunión al estado sobrenatural.

 El domingo 13 de mayo de 1917, los tres niños fueron a pastorear sus ovejas como de costumbre a un lugar conocido como Cova da Iría, cerca de su pueblo natal de Fátima. Lucía describió haber visto, en una encina, a una mujer «más brillante que el sol», vestida de blanco, con un manto con bordes dorados y con un rosario en las manos que les pidió que retornaran el mismo día y a la misma hora durante cinco meses consecutivos encomendándoles el rezo del rosario. Francisco declaró no escuchar ni hablar con la Señora, sino solo verla. Asombrados, corrieron de regreso a su pueblo y lo dijeron a todos, pero muchos de sus habitantes —incluyendo los padres de Lucía— no les dieron crédito. En cambio, los padres de Jacinta y Francisco les creyeron y resguardaron en todo momento.

 Los niños informaron más apariciones que tuvieron lugar el día trece de los meses de junio y julio. En los mensajes que los niños transmitían, la Virgen exhortaba al arrepentimiento, a la conversión y a la práctica de la oración y la penitencia como camino de reparación por los pecados de la Humanidad.

 La Virgen les pidió en las distintas apariciones:

 “Continúen rezando el rosario todos los días en honra a Nuestra Señora del Rosario con el fin de obtener la paz del mundo y el final de la guerra, porque solo Ella puede conseguirlo (Tercera Aparición de la Virgen: Viernes, 13 de julio de 1917)

 “Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo les digo se salvarán muchas almas y tendrán paz”. (Tercera Aparición de la Virgen: Viernes, 13 de julio de 1917)

 “La guerra terminará, pero si no dejan de ofender a Dios (…) comenzara otra peor” (Tercera Aparición de la Virgen: Viernes, 13 de julio de 1917)

 “Quiero decirte que hagan aquí una capilla en honor mío, que soy la Señora del Rosario, que continúen rezando el rosario todos los días. La guerra está acabándose y los soldados pronto volverán a sus casas” (Sexta Aparición: Sábado 13 de octubre de 1917 -Milagro del Sol”).

 En estos mensajes de la Virgen de Fátima se encuentran algunas claves para poner fin a una guerra con “armas espirituales”: Dejar de ofender a Dios (es un llamado al arrepentimiento, la conversión y la reparación), rezar el rosario incansablemente y encomendarnos al Inmaculado Corazón de María.

 Paulatinamente, los niños experimentaron una transformación profunda, basada en la práctica de la oración y de ejercicios de piedad. Como forma de disciplinarse, los niños comenzaron a llevar cordones apretados alrededor de la cintura y a realizar distintas obras de penitencia o mortificación. Desde la segunda aparición en junio, declararon que se les habría anunciado las prontas muertes de Jacinta y Francisco, las que de hecho sucedieron en menos de tres años.

 Cuando Sor Lucía pidió a la Virgen si la llevaría al Cielo, Ella respondió: “Sí, Jacinta y Francisco los llevo dentro de poco, pero tú te quedarás por algún tiempo. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi corazón inmaculado; quien la practique, prometo la salvación. Estas almas serán predilectas ante Dios; y como flores, serán colocadas por mí ante su trono”.

 Las apariciones se sucedieron tal como lo había anunciado la Virgen hasta el 13 de Octubre de 1917, día que se recuerda por el famoso milagro de sanaciones y la danza del sol. A pesar del clima, una multitud calculada en decenas de miles de personas –entre creyentes fervientes, curiosos y escépticos– se congregó en Cova da Iria. Habían oído la promesa de los niños: ese día, la Señora haría un milagro para que todos creyeran.

 La lluvia caía sin cesar, empapando a la multitud que se hundía en el barro. El ambiente estaba cargado de expectación, pero también de incomodidad y, para algunos, de burla. Entonces, al mediodía solar, justo cuando Lucía anunció que veía a la Virgen, la lluvia cesó de repente. Las nubes, densas y oscuras, comenzaron a abrirse, dejando ver un trozo de cielo.

 Y fue entonces cuando ocurrió. Lo que siguió fue un espectáculo que desafió las leyes de la naturaleza y dejó una marca indeleble en la memoria de miles. El sol, que hasta ese momento estaba oculto por las nubes, apareció de pronto, pero no como lo conocemos. Los testigos lo describieron no como un astro cegador, sino como una esfera opaco, similar a la luna o a una esfera de plata pálida, que se podía mirar directamente sin lastimar la vista.

 Pero lo asombroso no fue solo su apariencia. Ante los ojos atónitos de la multitud, la esfera solar comenzó a girar sobre sí mismo a una velocidad vertiginosa, como una gigantesca rueda de fuego o un disco incandescente en movimiento. Mientras giraba, proyectaba al rededor haces de luz de colores intensos y variados: verde, rojo, azul, amarillo, violeta. Era como si el cielo se convirtiera en una vidriera de catedral, bañando el paisaje, los árboles, la tierra y los rostros de las personas con una paleta de colores sobrenatural.

 La danza del sol continuó por varios minutos. Y entonces, el fenómeno se intensificó de una manera que provocó pánico entre la multitud.  Muchos testigos sintieron que el fin del mundo estaba cerca. Se arrodillaban en el barro, gritando, llorando, pidiendo perdón por sus pecados. Periodistas que habían llegado para mofarse escribieron crónicas asombradas sobre lo que habían presenciado.

 Este Milagro del Sol fue la señal que la Virgen había prometido. No solo fue una confirmación para los niños, sino una demostración pública y masiva del poder de Dios y de la autenticidad de las apariciones de Fátima. Dejó una impresión profunda en los testigos, muchos de los cuales se convirtieron o reafirmaron su fe tras aquel suceso inexplicable para la ciencia.

 Siguiendo el Milagro del Sol, y en la culminación de la aparición final de Nuestra Señora, San José también se apareció a los tres jóvenes videntes. El padre John de Marchi, en su libro «La verdadera historia de Fátima «, lo describe así:

«A la izquierda del sol, San José apareció sosteniendo en su brazo izquierdo al Niño Jesús. San José salió de entre las brillantes nubes, pero sólo hasta su pecho, lo suficiente para permitirle levantar su mano derecha y hacer, junto con el Niño Jesús, la señal de la Cruz tres veces para bendecir el mundo.

 Al igual que San José, Nuestra Señora estaba en todo su esplendor, pero a la derecha del sol, vestida con las túnicas azules y blancas de Nuestra Señora del Rosario.

Mientras tanto, Francisco y Jacinta estaban bañados en los maravillosos colores del sol, y Lucía tuvo el privilegio de contemplar a Nuestro Señor vestido de rojo como el Divino Redentor, bendiciendo al mundo, como Nuestra Señora había predicho. Al igual que a San José, sólo se le veía del pecho hacia arriba.

 Un hecho un poco aislado, poco conocido, pero de suma relevancia es lo que pasó al papa Pio XII. En 1950, poco antes de proclamar el dogma Mariano de la Asunción de María con su cuerpo en el cielo en el momento de su muerte, el último de los dogmas proclamados por la Iglesia católica, Pío XII asistió a un hecho extraordinario. Mientras paseaba por los jardines vaticanos vio varias veces el mismo fenómeno que se verificó el 13 de octubre de 1917, al final de las apariciones de Fátima, cuando la multitud acudió a donde estaban los tres pastorcillos en un día lluvioso: de repente vio que el sol giraba y se acercaba. Los presentes pudieron observar esta extraña «danza» sin deslumbrarse. Este texto inédito sobre aquella visión se trata de un apunte manuscrito en el que, en primera persona, Pío XII cuenta lo que le sucedió. La descripción es seca, casi notarial, sin ceder a ningún sensacionalismo.

 La figura de la Virgen de Fátima se convirtió en un faro de esperanza en un siglo marcado por la guerra y la incertidumbre. El Santuario de Fátima hoy es un hogar espiritual para millones, un lugar donde la fe se siente, se respira y se vive intensamente.

 Incluso los sucesores de Pedro han querido peregrinar a este lugar sagrado, mostrando la importancia que la Iglesia concede a las apariciones. Papas como San Pablo VI, San Juan Pablo II (quien tenía una devoción especial y atribuyó a la Virgen haberle salvado la vida), Benedicto XVI y Francisco han visitado Fátima, arrodillándose ante la imagen de la Virgen, rezando por el mundo y confirmando la relevancia atemporal de su mensaje.

 La historia de Fátima no es solo un relato del pasado. Es un eco que sigue resonando hoy, invitándonos a la oración, a la conversión, a confiar en el Inmaculado Corazón de María y a ser constructores de paz en nuestro propio entorno. Es una historia que nos recuerda que el Cielo está más cerca de lo que a veces pensamos.

 Oh, Virgen Santísima, que apareciste repetidas veces a los niños Lucia, Jacinta y Francisco, yo también quisiera verte, oír tu voz y decirte: “Madre mía, llévame al Cielo”. Confiando en tu amor, te pido me alcances de tu Hijo Jesús una fe viva, inteligencia para conocerlo y amarlo, paciencia y gracia para servirle a Él, a mis hermanos, y un día poder unirme contigo allí en el Cielo. Amén




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