lunes, 15 de septiembre de 2025

Septiembre 15, Nuestra Señora de los dolores


El 15 de Septiembre nuestra Iglesia celebra la festividad en memoria de Nuestra Señora de los Dolores.


 Desde los inicios de la Iglesia aparece la conciencia de que la Virgen no quedó eximida del dolor por el hijo, quien fue sometido a la crueldad de los hombres, matándolo sin culpa alguna. Por eso, en muchos países en los que el cristianismo echó raíces se empezaría a destinar el viernes anterior a la Semana Santa a la meditación y celebración de esos misterios de la vida de nuestra Madre.

 No sería sino hasta el siglo XV que la celebración del Viernes de Dolores alcanzaría importancia universal gracias al Papa Benedicto XIII, quien institucionalizó esta conmemoración en el año 1472. Por varios años el Viernes de Dolores mantendría prácticamente el mismo espíritu y forma hasta inicios del siglo XIX cuando, en 1814, el Papa Pío VII dispuso un primer cambio importante. Nuestra Señora de los Dolores empezaría a ser celebrada en una ocasión independiente de la Semana Santa: la fecha elegida sería el 15 de septiembre, un día después de la Exaltación de la Santa Cruz.

 En el Concilio Vaticano II se determinó suprimir las festividades "duplicadas"; es decir, aquellas en las que el tópico era extremadamente similar, para no repetir celebraciones a lo largo del año de manera innecesaria. Por esta razón, la fiesta “Viernes de Dolores” según el “Vetus Ordo” quedó fuera, para ser celebrada exclusivamente en el“Novus Ordo” el 15 de septiembre.

 No obstante, en el año 2000, en la tercera edición del Misal Romano, el papa San Juan Pablo II retoma la “memoria dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores” como alternativa para la celebración ferial del viernes previo a Semana Santa. Esto, en consideración a todas las personas que la seguían celebrando.

 Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el Calvario, el Descendimiento y la colocación en el sepulcro.

 Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: "Este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc 2,34).

 El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón tan tierno como el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el sacrificio.

 No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La Madre Dolorosa nos fortalecerá para lograrlo.

 La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número, porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el dolor de los pecados.

 La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre. Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él. Debemos ser fuertes ante el dolor y ofrecerlo a Dios por la salvación de las almas. De este modo podremos convertir el sufrimiento en sacrificio. Esto nos ayudará a amar más a Dios y, además, llevaremos a muchas almas al Cielo, uniendo nuestro sacrificio al de Cristo. 

 Señora y Madre nuestra: tu estabas serena y fuerte junto a la cruz de Jesús. Ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo. Lo perdías, en cierto sentido, porque El tenía que estar en las cosas del Padre, pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo, en el Amigo que da la vida por sus amigos. María, ¡qué hermoso es escuchar desde la cruz las palabras de Jesús: "Ahí tienes a tu hijo", "ahí tienes a tu Madre". ¡Qué bueno si te recibimos en nuestra casa como Juan! Queremos llevarte siempre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos. Pero nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la Trinidad Santísima. Nuestra Señora de los dolores, ruega por nosotros. Amén.



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